La actitud de los socialistas ante la guerra
Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas, diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular. La historia ha conocido muchas guerras que, pese a los horrores, las ferocidades, las calamidades y los sufrimientos que toda guerra acarrea inevitablemente, fueron progresistas, es decir, útiles para el progreso de la humanidad, contribuyendo a destruir instituciones particularmente nocivas y reaccionarias (como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre), y las formas más bárbaras del despotismo en Europa (la turca y la rusa). Por esta razón, hay que examinar las peculiaridades históricas de la guerra actual.
Tipos históricos de guerras modernas
La Gran Revolución Francesa inauguro una nueva época en la historia de la humanidad. Desde entonces hasta la Comuna de Paris, es decir, desde 1789 a 1871, las guerras de liberación nacional, de carácter progresista burgués, constituían uno de los tipos de guerra. Dicho en otros términos: el contenido principal y la significación histórica de estas guerras eran el derrocamiento del absolutismo y del régimen feudal, su quebrantamiento y la supresión del yugo nacional extranjero. Eran, por ello, guerras progresistas, y todos los demócratas honrados y revolucionarios, así como todos los socialistas, simpatizaban siempre, en esas guerras con el triunfo del país (es decir, de la burguesía) que contribuía a derrumbar o a minar los pilares más peligrosos del régimen feudal, del absolutismo y de la opresión ejercida sobre otros pueblos. Así, por ejemplo, en las guerras revolucionarias de Francia hubo un elemento de saqueo y de conquista de tierras ajenas por los franceses, sin embargo, ello no cambia en nada la significación histórica fundamental de esas guerras, que demolían y quebrantaban el régimen feudal y el absolutismo de toda la vieja Europa, de la Europa feudal. Durante la guerra franco-prusiana, Alemania expolió a Francia, pero ello no altera la significación histórica fundamental de esta guerra, que liberó a decenas de millones de alemanes del desmembramiento feudal y de la opresión de dos déspotas: el zar ruso y Napoleón III.
Diferencia entre guerra ofensiva y guerra defensiva
La época de 1789 a 1871 ha dejado huellas profundas y recuerdos revolucionarios. Antes de que fueran destruidos el régimen feudal, el absolutismo y el yugo nacional extranjero, no cabía hablar siquiera del desarrollo de la lucha proletaria por el socialismo. Cuando los socialistas hablaban del carácter legítimo de la guerra «defensiva», refiriéndose a las guerras de esa época, siempre tenían en cuenta precisamente esos fines, que se reducían a la revolución contra el régimen medieval y la servidumbre. Los socialistas entendieron siempre por guerra «defensiva» una guerra «justa » en este sentido (expresión empleada en cierta ocasión por W. Liebknecht). Sólo en ese sentido, los socialistas admitían y siguen admitiendo el carácter legítimo, progresista y justo de la «defensa de la patria» o de una guerra «defensiva». Si, por ejemplo, mañana Marruecos declarase la guerra a Francia, la India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, etcétera, esas guerras serían guerras «justas», «defensivas», independientemente de quien atacara primero, y todo socialista simpatizaría con la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, menoscabados en sus derechos, sobre las «grandes» potencias opresoras, esclavistas y expoliadoras.
Pero imagínese que un propietario de cien esclavos hace la guerra a otro que posee doscientos por llegar a una distribución más «equitativa» de los esclavos. Es evidente que emplear en este caso el concepto de guerra «defensiva» o de «defensa de la patria» sería falsificar la historia y, en la práctica, equivaldría pura y simplemente a un engaño de la gente sencilla, de los pequeños burgueses y de los ignorantes por hábiles esclavistas. Pues bien, precisamente así engaña hoy la burguesía imperialista a los pueblos, valiéndose de la ideologia «nacional» y de la idea de defensa de la patria, en la guerra actual que los esclavistas libran entre si para consolidar y reforzar la esclavitud.
La guerra actual es una guerra imperialista

Casi todo el mundo reconoce que la guerra actual es una guerra imperialista, pero en la mayor parte de los casos se tergiversa esta idea, ya sea aplicándola a una de las partes o bien dando a entender que, pese a todo, esta guerra podría tener un carácter burgués progresista, de liberación nacional. El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo, fase a la que sólo ha llegado en el siglo XX. El capitalismo comenzó a sentirse limitado dentro del marco de los viejos Estados nacionales, sin la formación de los cuales no habría podido derrocar al feudalismo. El capitalismo ha llevado la concentración a tal punto, que ramas enteras de la industria se encuentran en manos de asociaciones patronales, trusts, corporaciones de capitalistas multimillonarios, y casi todo el globo terrestre está repartido entre estos «potentados del capital», bien en forma de colonias o bien envolviendo a los países extranjeros en las tupidas redes de la explotación financiera. La libertad de comercio y la libre competencia han sido sustituidas por la tendencia al monopolio, a la conquista de tierras para realizar en ellas inversiones de capital y llevarse sus materias primas, etc. De liberador de naciones, como lo fue en su lucha contra el feudalismo, el capitalismo se ha convertido, en su fase imperialista, en el más grande opresor de naciones. El capitalismo, progresista en otros tiempos, se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas a tal extremo, que a la humanidad no le queda otro camino que pasar al socialismo, o bien sufrir durante años, e incluso durante decenios, la lucha armada de las «grandes» potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y todo género de la opresión nacional.
La guerra entre los más grandes esclavistas por el mantenimiento y fortalecimiento de la esclavitud

A fin de mostrar con claridad la significación del imperialismo, citamos a continuación datos precisos sobre el reparto del mundo entre las llamadas «grandes» potencias (es decir, las que han tenido éxito en el gran saqueo):
Este cuadro nos permite ver cómo los pueblos que de 1789 a 1871 lucharon, en la mayoría de los casos al frente de los otros, por la libertad, se han convertido en nuestra época, después de 1876 y gracias a un capitalismo altamente desarrollado y «pasado de maduro», en los opresores y explotadores de la mayoría de la población y de las naciones del globo. Entre 1876 y 1914, seis «grandes» potencias se apoderaron de 25 millones de kilómetros cuadrados, ¡es decir, una superficie dos veces y media más grande que la de toda Europa! Seis potencias subyugan a una población de más de quinientos millones (523) de habitantes en las colonias. Por cada cuatro habitantes de las «grandes» potencias hay cinco habitantes de «sus» colonias. Y todo el mundo sabe que las colonias han sido con quistadas a sangre y fuego, que sus pobladores son tratados barbaramente y explotados de mil maneras (mediante la exportación de capitales, concesiones, etc., el engaño en la venta de mercancías, el sometimiento a las «autoridades» de la nación «dominante», etc., y con otras cosas por el estilo). La burguesía anglo-francesa engaña a los pueblos al decir que hace la guerra en aras de la libertad de los pueblos y de Bélgica, cuando en realidad la hace para conservar los inmensos territorios coloniales de los que se ha apoderado. Los imperialistas alemanes evacuarían de inmediato Bélgica y otros países si los ingleses y franceses se repartiesen «amistosamente» con ellos sus colonias.
Lo peculiar de la situación actual consiste en que la suerte de las colonias se decide con la guerra que se libra en el continente. Desde el punto de vista de la justicia burguesa y de la libertad nacional (o del derecho de las naciones a la existencia), Alemania tendría sin duda alguna razón contra Inglaterra y Francia, ya que ha sido «defraudada» en el reparto de las colonias, y sus enemigos oprimen a muchísimas más naciones que ella; en cuanto a su aliada, Austria, los eslavos por ella oprimidos gozan sin duda de más libertad que en la Rusia zarista, verdadera «cárcel de pueblos». Pero la propia Alemania no lucha por liberar a los pueblos, sino por sojuzgarlos. Y no corresponde a los socialistas ayudar a un bandido más joven y más vigoroso (Alemania) a desvalijar a otros bandidos más viejos y más cebados. Lo que deben hacer los socialistas es aprovechar la guerra que se hacen los bandidos para derrocar a todos ellos. Para esto, es preciso ante todo que los socialistas digan al pueblo la verdad, a saber, que esta guerra es, en un triple sentido, una guerra entre esclavistas para reforzar la esclavitud. En primer lugar, es una guerra que tiende a consolidar la esclavitud de las colonias mediante un reparto mas «equitativo» y una explotación ulterior más «coordinada» de las mismas; en segundo lugar, es una guerra que persigue el reforzamiento del yugo que pesa sobre las naciones extrañas en el seno mismo de las «grandes» potencias, pues tanto Austria como Rusia (y esta mucho mas y mucho peor que aquélla) sólo se mantienen gracias a ese yugo que refuerzan con la guerra; en tercer lugar, es una guerra con vistas a intensificar y prolongar la esclavitud asalariada, pues el proletariado está dividido y aplastado, mientras que los capitalistas salen ganando, enriqueciéndose con la guerra, avivando los prejuicios nacionales e intensificando la reacción, que ha levantado la cabeza en todos los países, aun en los más libres y republicanos.






